Tiene 20 años, es ludópata y cuenta el infierno de esa adicción: “Desde que empecé a jugar perdí 10 millones de pesos”
La palabra de un joven cordobés que hoy se encuentra bajo tratamiento en una institución por su adicción al juego. Cómo empezó, el día que debió vender todo para pagar deudas y cuál fue el momento en que pidió ayuda. Además, la palabra del psiquiatra y magister en adicciones Darío Gigena Parker y la psicopedagoga y especialista en educación financiera Gabriela Totaro
Del inicio de la adicción a la dependencia
Sus padres y familiares, asegura el joven, “nunca fueron de ir al casino o jugar a la quiniela. Jamás dejaron un peso en el juego. Pero cuando entré a la facultad se empezó a poner de moda el juego virtual. Yo veía gente que jugaba, te hablo de compañeros de facultad”.
—¿A qué jugaban?
—A la ruleta o a las maquinitas, a los slots. Era por poca plata. Entrábamos con 500 pesos y con 2000 o 3000 salíamos chochos. Así empecé. Al principio no le daba mucha bola, era por diversión. Pero después de un tiempo, unos meses, empecé a sentir la adrenalina de tratar de ganar plata fácil.
Al dinero con que jugaba J. se lo daban sus padres para vivir en Córdoba. A la facultad se la pagaban directamente ellos. Él asegura que nunca tuvo que dejar de tomar un transporte por falta de plata, pero al mismo tiempo, admite, “como no trabajaba, no me daba cuenta de lo que perdía. Siempre dicen que quien gana es el casino. Pero era poca plata, no le daba importancia. El tema es que cuando pasa el tiempo, se va el miedo a perder plata, porque te va ganando la ansiedad por ganar”.
Al poco tiempo, J. dejó la facultad. Es tajante: “No me gustaba”. Y comenzó a trabajar en el campo. A ganar su propio dinero… y a dilapidarlo en las apuestas. “Se me fueron los valores. Empecé a jugar más, y también a notar, ahora sí, que perdía plata. Me había acostumbrado a jugar en páginas ilegales, que no están licenciadas. Yo ahora no tendría problemas por la edad, pero conozco muchos menores que como no pueden entrar en los casinos legales, van a los otros”.
El círculo vicioso
Sobre el sentimiento que le provocaba ganar, hoy lo mira desde otro lugar: “Es complicado, al principio te generan una felicidad, una diversión, una emoción linda. Pero cuando ganas un monto que ya habías ganado antes, ya no te genera nada. Querés jugar más para romper esa barrera. Y el tiempo de juego también se incrementó”.
J. cuenta que muy pocas veces ingresó en el mundo de las apuestas deportivas o de los caballos, “de eso no entendía mucho, las veces que hice apuestas deportivas perdí”. Él continuaba con el casino y los slots, sobre todo. El método era sencillo: “Mensajeas a un número de WhatsApp, ellos te pasan un CBU y depositas la cantidad de plata que querés. Ellos te crean al instante un usuario y una contraseña y te pasan el link de la página. Después vos le cambiabas la contraseña y jugabas cuando querías. Si ganabas, mandabas un mensaje y les decías ‘chicos, me retiran a mi CBU tal monto’. Eso podía ser en 15 minutos, una hora, un día, dos, o lo que sea. Dependía del monto que fueras a retirar. Hay veces que, al ser casinos ilegales, nunca sabés a quién le das la plata. Capaz ganabas un millón de pesos y desaparecían…
J. contó cómo fue el proceso que lo llevó a jugar en páginas ilegales (Imagen Ilustrativa Infobae)
—¿Cómo te enterabas de la existencia de esas páginas?
—En Instagram siempre aparece algún casino. Si entrás a uno, al día siguiente te aparecen diez publicidades. O un compañero de la facultad me decía ‘mirá, gané en tal lado’. Vas probando páginas y suerte, digamos.
—¿Cuántas horas jugabas por día?
—Al principio, entre tres y cinco horas. No seguidas. Por ejemplo, un rato en la clase, otro en los recreos, otro cuando volvía a casa, o me juntaba con amigos. Después, más.
—Perdón, ¿dijiste “en clase”?
—Sí, a veces sí.
La inevitable derrota
El joven cordobés también conoció el otro lado del negocio: “Vi cómo funcionaba un casino, porque un amigo tenía su casino ilegal. Tenía cajeros, gente a la que le hablabas por WhatsApp, le pasabas el dinero y ellos te lo cargaban en la página del dueño, que era mi amigo. Para tener ganancias, ellos le compraban las fichas más baratas al dueño que el precio que las vendían”.
J. dejó de jugar hace seis meses, cuando se dio cuenta de que estaba atrapado por la promesa de “un dinero que me daba mucha ilusión” y comenzó una terapia contra esa adicción. Según un cálculo a vuelo de pájaro, “desde que empecé a jugar, hasta la última vez que lo hice, perdí alrededor de 10 millones de pesos. “Unos 10 mil a 12 mil dólares, ponele… En las últimas épocas, jugaba con mucha plata, perdía y entraba con el doble, y perdía de nuevo y entraba con el triple. Por supuesto, conozco gente que perdió muchísimo más que yo. En ese momento, hasta yo les decía que les estaba haciendo mal…”, admite.
En un momento, de forma inevitable, el balance entre pérdidas y ganancias se torció hacia las primeras. Y a pesar de su desesperación, J. no sabía cómo parar de apostar. “Llegó un momento en que la plata de mi sueldo no me alcanzaba ni para diez días, ni lo que podían dar mis viejos tampoco. Eso generó una presión social, porque no tenía ni para salir a comer con mis amigos. Y no encontraba la forma de explicarles a mis viejos que estaba sin dinero. Se me empezaron a generar problemas en todos los ámbitos”.
S.O.S familia
Ir en contra de sus valores y el cambio de conducta que tuvo por su adicción al juego, a J. le generó temor y ansiedad. “Me hizo perder vínculos, me generó un gasto emocional, estaba todo el tiempo bajo presión, nervioso, con miedo a que me descubrieran y en una situación, digamos, mala”, señala.
En un principio, explica, “les pedía plata a mis viejos muy de vez en cuando. Pero después los montos aumentaron. Y un día me dijeron, ‘che, pará un poco, ¿qué está pasando que el sueldo no te dura y me pedís plata todos los días?’”. Las respuestas de J. eran siempre viscosas, elusivas. “Como no estaba mucho en casa, al principio pensaban que salía mucho de joda, que la gastaba en eso y no en una adicción al juego”, sostiene.
La mayor parte del tiempo, J. jugaba en los slots de los casinos ilegales online (Imagen ilustrativa Infobae)
En ese momento, sintió que no podía continuar mintiéndole a sus padres. “Eran muchas, una mentira cerraba la anterior, y así… Tuve que acudir a mi viejo y le dije, ‘mirá, necesito que me ayuden, porque no puedo conmigo mismo’. Mi viejo como que ya me había sacado la ficha de lo que pasaba conmigo y mi dinero. Que no podía ni con mis deudas ni con mi vida. Ya había vendido todo y necesitaba más para cubrir las deudas, así que le pedí a ellos”.
Pero todavía le faltaba incrustarse en una pared más para darse cuenta. “Al principio les pedí una oportunidad. Les dije que a ellos les pagaría con mi trabajo, que me lo descontaran del sueldo, pero a la semana volví a jugar y ahí sí, les pedí que me buscaran un lugar, un tratamiento…”.
- El punto final fue cuando se endeudó seriamente. J. había conocido lo que puede significar no tener dinero y estar obligado a pagarle a los prestamistas, un submundo oscuro que pulula en el ambiente de la ludopatía. “Conocí zonas de riesgo con gente que presta dinero a cambio de favores. Por suerte nunca me tocó acudir a uno de ellos. Pero sé cómo se manejan”. En su caso, lamenta, “nadie me prestó plata para jugarla. Yo la tenía para otra cosa y la jugué. Al final le debía entre 300 y 400 mil pesos al que me la dio, que era un amigo. Entonces tuve que vender cosas mías para pagarle: mi computadora, el celular y otras. Pero nunca le saqué nada a mis viejos o mis hermanos. La presión me hizo hacer eso antes de contarle la situación a mis familiares. Pensé que era la mejor opción, pero después vi que hice todo mal”.
J. el joven que hoy está en tratamiento por ludopatía. Para preservarlo, su foto está de espaldas y su nombre no aparece
Una entrevista sobre la adicción