Estilos educativos

La Autoridad Negligente

Los estilos educativos forman el carácter y la personalidad


Introducción


En el marco de la familia, los padres, madres y por las circunstancias de la vida, sus sustitutos, tenemos una importante labor en el proceso de educación y formación del carácter de los hijos. Especialmente durante las primeras etapas del desarrollo hasta que alcancen la autonomía.  Estamos llamados a construir, levantar unas bases, cimientos o factores de protección a través de principios, valores morales, actitudes éticas, normas, límites, estrategias de sobrevivencia y el afecto que es vital en el afianzamiento de la personalidad y autoestima de los miembros del grupo familiar.


¿Qué entendemos por autoridad?


Se entiende en la familia como un poder legítimo que tienen las figuras parentales o sus sustitutas, que les permite cumplir funciones de dirección, protección, educación y formación de los hijos. De esa manera, se busca que su crecimiento se dé en un ambiente propicio que posibilite la asimilación y la incorporación a su comportamiento habitual de las normas y los valores sociales.

“Como es poder legítimo, no depende ni del grado de educación de los padres ni de la posición social que ocupan. Un padre o madre analfabeta tiene autoridad sobre sus hijos, un padre o madre sin trabajo o sin recursos económicos tiene autoridad sobre sus hijos en las primeras etapas de desarrollo hasta que alcancen la autonomía”.


Padres autoritarios:

Se caracterizan porque se comunican muy poco con sus hijos: no los oyen, poco los tienen en cuenta y en todo momento les exigen obediencia y sumisión. Incluso llegan a creer que el castigo los hace más fuertes para enfrentar la vida. Es el padre quien habla, piensa y decide. Por ello, con frecuencia asumen posturas arbitrarias con tal de mostrar que ellos son los que “mandan en la casa”. En términos del cantautor panameño, Rubén Blades, son familias con excesivo control, pero con muy poco amor.

Los padres autoritarios tienden a formar hijos tristes con personalidades y autoconceptos débiles e inseguros en sus relaciones con los adultos, dado que, como mecanismo de transferencia, proyectan la imagen de su padre y presuponen que este los mira, controla, supervisa y castiga a toda hora y por cualquier motivo.

En los colegios estos niños suelen ser aislados, temerosos y asolapados. Paradójicamente, en ciertos casos, el maltrato puede generar el efecto exactamente contrario. El maltratado se convierte en maltratante. El niño pasa de agredido a agresor.

Padres Permisivos:

Este es el tipo de familia que más se ha extendido entre los estratos medios y altos de la sociedad. En ellas, el hijo adquiere plena potestad para hablar, opinar, juzgar, actuar y decidir, en todo momento, lugar y circunstancia. Se diluyen así los límites y la autoridad en el hogar. Lo paradójico es que siguen siendo familias autoritarias, pero ahora quien impone la autoridad es el niño y el joven, quienes se tornan en “pequeños tiranos” que de niños muerden y hacen pataletas y de jóvenes maltratan, insultan e imponen su voluntad ante la mirada complaciente de sus progenitores.

No hay límites ni responsabilidades para la convivencia. El niño llora y hace escándalos cuando no se acata su voluntad. Saben perfectamente lo difícil que es para el adulto soportar la mirada castigadora del público que percibe la escena y por ello prefieren realizarla ante la presencia de la mayor parte de personas posibles. Son padres que se sienten amigos de sus hijos, por lo que estos ganan un amigo pero pierden un padre. Se invierten los roles y ahora el autoritario es el niño. Hacen falta límites.

Los padres permisivos forman individuos con bajo nivel de responsabilidad y necesidad de logro. En la escuela se convierten en estudiantes con bajo desempeño, que no acatan normas y casi no ven las necesidades de sus compañeros. Son poco queridos por ellos ya que imponen su voluntad, son caprichosos y autorreferenciales. Suelen exigir tratos diferenciados. Son niños con muy poca autoexigencia, disciplina y persistencia.

Padres Negligentes:

En este estilo la presencia de los padres en el hogar es muy baja y la comunicación muy tenue: son padres cuyas vidas giran en torno a sus obligaciones laborales. En consecuencia, no conocen a sus hijos y no saben de sus intereses, talentos o angustias. Debido a ello, no los pueden orientar.  Son familias que carecen tanto de amor como de límites. Muchas veces los afectos y la comunicación son remplazados por objetos.

Con frecuencia, estas familias conforman estructuras en las que la autoridad está diseminada en diversos miembros del hogar, por lo que las normas y los límites varían significativamente dependiendo de quién esté ejerciendo la autoridad en ese momento.  Se convierten en familias ambivalentes, cuya autoridad no es clara, carece de firmeza y tiende a oscilar entre posturas autoritarias y permisivas.

Padres democráticos: Se caracterizan por tres cosas: la comunicación y participación continua de todos los miembros, los límites claros para los hijos y que quienes toman las decisiones fundamentales siempre son los padres.

Son familias que amplían la frecuencia y la calidad de la comunicación con los hijos. La calidad proviene de la trascendencia de los temas que se abordan. La frecuencia, de contar con los espacios, tiempos y ambientes necesarios para hablar. Se dicen y expresan las ideas y los sentimientos. Se recurre al diálogo y no a la imposición o la norma por sí misma.

Hay mucha participación: los hijos se sienten escuchados, consultados y valorados, pero también saben que la autoridad del hogar y las decisiones, no las tienen ellos, aunque siempre serán consultados. Son familias que con frecuencia se congregan a conversar, cantar, bailar, viajar o jugar.

La tercera característica es que los adultos toman las decisiones fundamentales. El padre escucha al niño, pero nunca abandona su rol y no son “amigos” de los hijos, pero respetan sus puntos de vista. Hay ocasiones en las que los padres expresan sus opiniones con firmeza, pero siempre de manera argumentada y respetuosa.

Conclusión

En síntesis, si queremos construir familias más democráticas, debemos elevar el nivel de comunicación en el hogar, crear condiciones para ampliar la participación, aceptar y respetar las diferencias y mantener las decisiones en cabeza de las figuras paterna y materna. Conócenos mejor


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