Hablemos CONSECUENCIAS DE UN MAL VIAJE
Hablemos: Todo parecía normal. Sentado en el sofá de siempre, con un porro en la mano y un chaparrón de risas cayendo sobre nosotros. Ningún síntoma presagiaba que algo perturbador estaba a punto de ocurrir en mi cabeza. Pero, un segundo después, la cara de mi novia me pareció tan inquietante, tan vacía, que la alegría dio paso al más profundo pavor. De pronto no entendía nada de lo que había a mi alrededor. Olvidaba y recordaba dónde estaba en un bucle a la velocidad de un pestañeo. Las personas de la habitación me resultaban inexpresivas, casi robóticas.
A pesar de todo, era capaz de comprender que la anomalía nacía en mi mente, que el mundo era normal más allá del macabro filtro que la marihuana había activado. Temía quedarme para siempre en ese estado y la desesperación y el pánico se apoderaron de mí. Oía mis pensamientos como si vinieran del exterior y pensaba que mi consciencia quedaría enterrada bajo todas esas voces que arrastraban mi atención de aquí para allá. Delante de un espejo, comencé a llorar sin consuelo, y pasó una eternidad hasta que conseguí dormirme en los brazos de mi chica. Esta espantosa experiencia, que en la gran mayoría de casos implica dos procesos disociativos al mismo tiempo, es conocida como Trastorno de Despersonalización y Desrealización. El primero conlleva una alteración de la autopercepción, de manera que quien la sufre no consigue reconocerse correctamente. Desde distorsiones de tamaño y forma del propio cuerpo hasta la observación externa de uno mismo, como si se tratase de un fantasma o un holograma, pasando por la mismísima sensación de irrealidad de la propia existencia.