La resaca del botellón va a más
Tres de cada cuatro menores beben alcohol al menos una vez al mes, 11 puntos más que hace dos años. La manera de beber, concentrada en pocas horas del fin de semana, preocupa a los expertos. Las leyes no sirven para frenar el fenómeno
INTRODUCCIÓN
La encuesta incide especialmente en una manera de beber: el botellón, esas reuniones de menores —y no tan pequeños— que todo el que viva cerca de una plaza céntrica, una playa, un descampado o un parque de una ciudad española conoce. Y, asociado a él, la borrachera por atracón (binge drinking en inglés, tomar cinco copas en dos horas). Por ejemplo, el sondeo señala que el 62% de los menores ha practicado en un botellón, y que, de ellos, un 74,1% se dedicó a la ingesta rápida y concentrada de bebidas. En cambio, entre los otros bebedores —siempre hablando de menores— solo el 9,5% se aplicó al atracón. La consecuencia es obvia: el 58,5% de los que habían ido de botellón se había emborrachado, frente al 4,7% de los otros bebedores. También, recalcó Babín, los botellones son sitios donde es más fácil iniciarse en otras drogas. El policonsumo es más frecuente entre quienes practican botellón (fuma cannabis el 29,8% o toma cocaína el 2,9%, mientras que los que no acuden a estas reuniones lo hacen en un 3,2% y un 0,3%) respectivamente. Pero no solo los menores hacen botellón, y esa puede ser una clave de por qué no parece fácil de erradicar. “El 7% de los hombres entre 60 y 65 años practica el binge drinking, lo hace, y por debajo de los 35 la proporción está en un 30%”, dice Josep Guardia, miembro de la junta directiva de Sociodrogalcohol.
DESARROLLO
El botellón se ha convertido en una forma de ocio con unos 30 años de existencia, y esta veteranía es otro de los factores que actúan contra los intentos de limitarlo (o de erradicarlo). Aunque los efectos del abuso de alcohol en los jóvenes son conocidos (a corto plazo, accidentes, agresividad, trastornos temporales de comportamiento; a largo, problemas psiquiátricos, hepáticos, laborales y sociales), a los adultos les cuesta verlo así en una sociedad tan permisiva como la española, apunta Eusebio Megías, director técnico de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). “El botellón no es de ahora. No lo han inventado los adolescentes actuales, sino sus padres”, dice. “Ellos fueron cocineros antes que frailes”, y eso puede jugar en contra de la prevención. “Se dicen que ellos lo hicieron y no fue para tanto”, dice Megías.
Para este especialista, las causas del botellón son variadas. “No se puede decir que los jóvenes van de botellón exclusivamente a emborracharse”, dice Megías. De hecho, la encuesta muestra que un 2,8% de quienes acuden ni siquiera beben, como resaltó Babín. “Van a mucho más: a verse, porque necesitan una identificación colectiva, se relacionan, son sitios donde pueden tener la fantasía de que su vida va a ser mejor, es hasta una forma de expresión”, afirma Megías.
Un 74% practica el ‘atracón’, que es beberse cinco copas en solo dos horas
María José Díaz, profesora de Ciencias Ambientales de la UNED, que participó hace cinco años en un grupo de asesoramiento sobre el botellón para el Ayuntamiento de Madrid, también da una explicación sociológica del proceso: “En el extranjero no es que se beba menos, es que a los 18 los jóvenes disponen de sus propios espacios, se van fuera a estudiar. En España, no nos vamos de casa hasta los 30. Por eso, la opción para el ocio es usar el espacio público”, dice Díaz. “Y además en España hace buen tiempo, y los jóvenes no pueden costearse la bebida” en los locales, añade.
“En 1994 hubo una reforma laboral que bajó mucho el paro juvenil, pero a costa de aumentar la precariedad. Los jóvenes no tenían dinero para emanciparse, pero sí para ocio”, añade Megías. Esta persistencia de la bebida como costumbre tolerada juega en contra de una posible erradicación entre los menores, pero no es lo único. “En la encuesta se manifiesta la enorme facilidad que tienen los menores para conseguir alcohol”, apunta Josep Guardia, de Sociodrogalcohol, quien añade “su baja percepción del riesgo”. “Tomar cinco copas el fin de semana es lo que se percibe como menos peligroso” de todas las drogas de la encuesta, indica Guardia. “Aunque todos sabemos que no lo es”. Un experto cree que “los adultos replican y fomentan estas actitudes”
De hecho, parte de sus efectos inmediatos negativos son vistos por Bosco Torremocha, director de la Fundación Alcohol y Sociedad, como una oportunidad. Torremocha compara la situación del alcohol con la del tabaco. “Solo cuando la población se hizo consciente del daño al fumador pasivo empezó a bajar el consumo de tabaco”, dice. En este caso, aparte de las víctimas obvias (accidentados, agredidos) está el daño al propio bebedor. “Si uno cae en un coma etílico se le acaba la noche, a él y a su grupo. Alguno tendrá que acompañarle al hospital o ir a explicar lo que ha pasado a su casa”, afirma.
La comparativa con el tabaco lleva a Guardia a resaltar el efecto que tuvieron en los jóvenes las leyes de 2005 y 2011. En 2004, fumaba tabaco diariamente el 21,5% de los menores. En 2012 eran el 12,5%, y ello pese a la estabilización en la tendencia que se observa desde 2010, cuando la tasa bajó al 12,3%. Pero no será por leyes. “En España, las leyes antibotellón deben de ser las más incumplidas de todas”, señala Torremocha. “Llevadas al extremo, el botellón de menores podía considerarse incluso una asociación para delinquir”, dice. También Megías señala a que “el exceso de leyes no garantiza nada. Si se regula, debe ser para cumplirse. Una ley inútil es una ley perversa”, apunta.
“No podemos decir que no se beba y subvencionar a la vez peñas y ferias”
“Las leyes como recurso único no funcionan. Y la sociedad adulta replica y fomenta esas mismas actitudes”, dice Megías. Hasta las Administraciones tienen un mensaje confuso, apunta Torremocha. “No podemos estar diciendo que no se beba, y, a la vez, subvencionando peñas y ferias”, indica Megías. Ante este panorama, solo queda un recurso, aburrido y a largo plazo: la educación. “A los jóvenes les decimos mucho que no deben beber, pero pocas veces por qué”, indica Torremocha. La situación es muy difícil de abordar. Si se habla de educación, se habla —otra vez— de padres. Pero “muchos han renunciado a su obligación de educar”, abunda Torremocha.
Esta línea es la que subyace en comentarios del responsable del Ministerio de Sanidad. Ayer, en la presentación de la encuesta, Babín no quiso ir tan lejos como cuando insinuó que los padres cuyos hijos sufrieran varios comas etílicos u otros problemas podrían ser sancionados. “Lo que buscamos es una reprobación moral, hacerles un llamado”, dijo Babín, sin concretar cómo se hace eso.
Esas posibles sanciones, sean del tipo que sean —se ha especulado con una retirada de la patria potestad en casos extremos— deberán llegar en la normativa que está preparando el ministerio. Si sale adelante. Porque, como sufrieron en sus carnes los Gobiernos socialistas en 1994 y 2007, el peso de la cultura vitivinícola (y, por extensión del resto de alcoholes) en España es tan fuerte que habrá quien interprete cualquier regulación como un intento de dejarles el vaso medio vacío. Si quieres participar en nuestra comunidad, inscríbete.
Fte: El país
MI OPINIÓN: Descuido importante en el cumplimiento de la legislación, en el turismo de borrachera, en el cuidado de adolescentes y en el descontrol por un consumo de una droga que se ha abaratado con el paso del tiempo y que puede resultar demasiado caro